Enmarcado en la propuesta denominada “Mercado Plaza”, está el remozada espacio de Richmond, un resurgir impulsado por Leandro Lapiduz, hijo de Ignacio Lapiduz, quien fundó el sello en la década del 70.
A poco de abrir sus puertas, Leandro apreció que todos los que llevan adelante el emprendimiento “estamos muy felices, particularmente por ver cómo Richmond se insertó en la ciudad, por cómo responde y está trabajando; teniendo la posibilidad también de dar trabajo y que se haya intensificado la posibilidad de tener más gente acá, porque el lugar responde”.
En lo personal, reconoció que “estoy contento también porque está dentro de una sinergia de una propuesta integral que involucra a cuatro propuestas que están dentro del Mercado Plaza, que era un desafío inédito en la región, con un solo lugar donde se involucren varias propuestas”.
Los inversores “somos socios, pero al mismo tiempo somos amigos, entonces nos manejamos con mucho respeto y eso nos permite darle esa sinergia que nos hace diferentes a otras propuestas”, apuntó.
La historia de Richmond
Por otro lado, Lapiduz reconoció que “también me pone muy contento, porque este Richmon es un revival de aquel que tuvo mi padre en los 70, que marcó un antes y un después en Concordia y esto hoy yo lo puedo valorar ya que muchísima gente que viene, lo recuerda y traslada sus recuerdos a este nuevo Richmond”.
Lapiduz recordó que “el Richmond del 70 funcionaba donde está el banco Galicia de hoy, tal cual está el banco hoy, porque esa reforma la hizo mi padre”, teniendo en cuenta que “era un galpón de ventas mayoristas de frutas y verduras”.
En aquel entonces, fue una “confitería muy ambiciosa para Concordia, la primera con aire acondicionado central, que llegó a tener 120 mesas en la plaza, con catorce mozos sin contar el interior”, en donde también se encontraba “una sala de juego y una sala de billar”, por lo que “lo nuestro es mucho más modesto, con otro país”, apreció.
El empresario señala que nació en el 85 "y ese Richmond cierra en el 78, por lo que no llegué a conocer". Pero transitó toda su vida escuchando historias de familiares y de parroquianos, como por ejemplo, "de mucha gente que se acuerda de vitrinas donde mi padre llegó a tener 186 botellas de whisky identificadas con nombres y apellidos”, con la exclusividad de que “ese cliente tenía su propia botella, se la sacaba cuando el iba, se le servía, se marcaba la medida y se guardaba nuevamente en su casillero”, recordó Leandro.
Según sus palabras, tal dinámica “ya no sucede hoy", pero en el nuevo local de 1° de Mayo y Pellegrini "recreamos esos casilleros donde también hay whisky, en distintos espacios del local, como para que la gente que venga recuerde cierta similitud". Por que tal como le pasó en su caso personal, "muchos escucharon sobre eso, pero no lo vieron.
Más allá de esos casilleros, “cuando pensamos la decoración con el arquitecto Joselo Fernández, quisimos plasmar que hubieras muchos artículos los años 70". Es así que su mobiliario familiar "traje algunos combinados que habían estado en su momento en confiterías de mi padre", como así también objetos de uso cotidiano para la misma década en que funcionó el primer Richmond.
La fuerza de la nostalgia
Este aspecto no pasó desapercibido para muchos concordienses que hicieron "algo increíble", según califica el propio Leandro, ya que "se empezó a acercar gente para traerme objetos que eran de valor para ellos y pensaban que tenían que estar acá, porque eran contemporáneos de la época que ellos habían vivido en Richmond”, comentó Lapiduz.
Entre otras cosas, se aportaron “combinados más grandes, tocadiscos, televisores en blanco y negro, mesa de apoyo para televisores, ladrillos de fábricas que funcionaban en los 70 en Concordia, encendedores”, detalló.
Admite que todo lo generado en ese sentido por lo que “se ha vuelto muy fuerte, con personas que me escribían por redes, me contaban que era de su abuelo". El aporte fue tan numeroso que "comenzamos a cambiar la decoración que estaba el día que abrimos, por os objetos de estas personas”.
Es por eso que “Richmond ya no es solo mío, sino que es parte de la gente de Concordia". Leandro admite que no se le ocurre una campaña de marketing que hubiera generado semejante respuesta de apego, "esto es algo que no tiene precio, porque sinceramente no podría pagar la decoración tan rica que tiene hoy Richmond".
Si bien el lugar trabaja con clientela de distintas generaciones, que se distribuyen de acuerdo al momento del día o la noche, “es evidente que Richmond quedó marcado a fuego en generaciones de Concordia que, de alguna manera, lo trasladaron a los jóvenes y hoy, como en su momento sucedió con el Ciervo, este renacer de Richmond hace que mucha gente quiera ser parte”. Por lo que “me siento sumamente agradecido, ya que le dimos vida a una esquina que tenía más de diez años apagada y encima me sucede esto", dijo sonriente.